Pulveriza el hueco de su zapato azul.

Donde guarda el sueño de algarrobo,

guarda su sombra.

Un ataque de cielo embiste el primer
destino de la especie.

Duerme el vientre negro en la piel

del sapo, una insignia. Su antorcha

duerme luz en donde el fuego congela.

Él le ponía riendas y quedaba sujetado.

Él fundó su borde,

ella se hizo su primera
palabra.

Era la siesta nocturna en otro

cuerpo, el río hacía su fogata

de mí, el acento inicial.

No te veré la suerte de este día,

si duerme tu memoria en un

zapato de cristal.

Duerme entre cenizas, la conciencia

del torpe atesora escombros.

No soy tu violeta, soy tu lucha.

En la casa del pan ponía ausencias

de harina y olía su sombra

hasta el destierro.

El cuervo no come de su pico,

almuerza de la ausencia.

-Penitente de sobras, donde auguras no llueve.

Sobre la piedra del mundo, sus manos    

de agua, amarrando soledades.

Fusilaba las sombras

y las sombras de las sombras.

Tengo frío en los nudillos

y a mi espalda, nadie, -se dijo.

Molesta su luz de caracol

su destino testigo de testigo

los ojos en la voz

tanta insistencia en

resistir.

Hoy, al borde de estas losas

tengo tantas adyacencias  de mí.

Soy lo más extremo de mí,

la pedrada en el infinito.

Esta tinta, 
sólo una lanza de
explorar vacíos.

Entre las cenizas y el equívoco

estas yemas

Catedrales de la nada.

En el abuso del amor hay un ciego

y un arquero. Como la palabra,

sólo es si se comete la herida.

Soy un rincón de alas migrando y sostengo

mi nombre como una fundación,

en las mañanas esa tinta me amanece en

repetidas intenciones, y voy de la cereza 

al día, estrenando retazos como galas.

Se aferra a mi sombra. Ama los

pasos que no doy. -Trineo, dónde

viven mis renos, en qué distancia

habitan mis pies de girasoles.

Me debía este abrazo 
de luna,

herir la herida.