Soy tu relámpago
de mí
en pleno centro,
mi mirada
de vos
en pleno cuerpo.
Textos desde 2007 a la actualidad.
Brevedades. Que los Trazos sean flechas
como las que arroja el Inconsciente cuando
nos deja arrojados.
..........
Y el infinito Trazo se sigue escribiendo.
Poemas aún sin publicar superan los 2000.
Ellos hablan sólo por acá, todavía.
28 abril, 2007
26 abril, 2007
25 abril, 2007
22 abril, 2007
21 abril, 2007
07 abril, 2007
Sin embargo.
¿Con qué escribo este
poema?
¿Con la palabra o
con el vacío que dejo
detrás de ella?
En el lugar inasible
queda inscripto
el anti poema,
la anti idea.
Y sin embargo
creo haber sujetado
los conceptos.
Escribo desde la letra,
desde la roca vertical
de la cordura.
Y finalmente
este poema está
atrás,
en ese otro espacio,
en el hueco.
De "Desamparo de los Días". Ediciones Corregidor. 1998.
poema?
¿Con la palabra o
con el vacío que dejo
detrás de ella?
En el lugar inasible
queda inscripto
el anti poema,
la anti idea.
Y sin embargo
creo haber sujetado
los conceptos.
Escribo desde la letra,
desde la roca vertical
de la cordura.
Y finalmente
este poema está
atrás,
en ese otro espacio,
en el hueco.
De "Desamparo de los Días". Ediciones Corregidor. 1998.
Enunciación.
Hablo de la fragilidad
de la rosa
y la nombro,
en todo su destierro
en el sonido absoluto
de la palabra rosa.
Hablo del poder del león
y lo nombro,
en toda su presencia
en el sonido absoluto
de la palabra león.
Y cuando me tengo que
nombrar
me falta el alfabeto
y los ojos que miran
hacia adentro.
Cuando me tengo que nombrar
quisiera que la rosa hablara.
De "Desamparo de los Días". Ediciones Corregidor. 1998.
de la rosa
y la nombro,
en todo su destierro
en el sonido absoluto
de la palabra rosa.
Hablo del poder del león
y lo nombro,
en toda su presencia
en el sonido absoluto
de la palabra león.
Y cuando me tengo que
nombrar
me falta el alfabeto
y los ojos que miran
hacia adentro.
Cuando me tengo que nombrar
quisiera que la rosa hablara.
De "Desamparo de los Días". Ediciones Corregidor. 1998.
06 abril, 2007
04 abril, 2007
03 abril, 2007
Bosteros.
Se jugaba
la Intercontinental. Por América, Boca. Por Europa, el Real Madrid. Lugar,
Tokio.
Iba
camino a mi jornada diaria, y me enfurecía pensar que, con el país en una
cornisa, un partido fuese más importante
que todo el futuro.
Las
calles estaban desiertas y los bares y confiterías estallaban de gente. De
fútbol entiendo poco, soy de Independiente por afinidad con alguien de algún
momento de mi temprana adolescencia. Vicente era “bosterito”.
Ya
había doblado a la derecha en la Avenida Belgrano. Se jugaban los últimos
minutos. Si el Real Madrid no hacía un gol, Boca ganaba por dos a uno. El gol
del Real no llegaba. El asfalto parecía potenciar el silencio. De pronto se
cumplió el tiempo, Boca se consagra Campeón Mundial. Entonces la calle estalla
de bosteros, desde los autos, desde las bicicletas, desde los bares, desde...
Se me hizo un nudo y se me dio por extrañar.
Es
cierto, son una plaga, pero yo todavía no pude descolgar de la cocina el puto
banderín que colgó, pese a mi protesta, ni pude sacar el imán que colocó de
prepo en la heladera, y no es porque le haya levantado un santuario, todo lo
contrario, pero a Boca no la pude erradicar de casa.
Así son
estos bosteros de mierda, se te meten en el alma para no salir jamás de ella.
De (Decires "Breves ensayos Poéticos en prosa)". Ed. Corregidor. 2003
Carta de vos.
Buenos Aires, un día, siempre.
Esta carta que escribo para no escribirte. Para insistir en la imposibilidad de que ésta, otra, alguna carta exista y sea un medio capaz de abarcar algo de mi palabra, de vos, de mí, de algún pasado nuestro.
Sería infame pretender conocer tu dirección actual pero las cartas no están hechas para no ser mandadas; entonces, es infame y doloroso que desgrane palabras por este agujero infinito de tu invierno. Y sin embargo, lo pertinaz persiste, mientras otros papeles tuyos se desordenan en mi escritorio.
¿A dónde te envío mis señales absurdas de destino después de casi doce años? Absurda yo, en realidad. Irreverente de tiempo. Yo, que sigo sin entender del todo el agujero de tu invierno, que no sé de verdades reveladas, que quisiera cambiar la rotación de este planeta y descender la escalera del tiempo hasta vos, para encontrarme en tus enojos y tus amores de mí, por mí; en la que fui de vos, por vos y de mí.
¿Qué me explicaron de escaleras temporales y de inviernos, los días del amor? ¿ Con qué argumento me quedo hablándole a la vida de tu pelo castaño y tu mechón dorado? ¿Con qué memoria que me desconozco sostengo tanta memoria de vos, y te sigo hablando en el silencio, en la absurda esperanza de que estalle la cuarta dimensión en medio de nuestra cama de ayer, que ya es sólo mía? ¿Con qué locura extraña y sabia el amor encuentra sus espacios para persistir después de tanto invierno? ¿Cuál es la trampa de tu nombre que me dejó enredada en esas siete letras que sigo amando, en ese orden maravilloso que su cadencia indica? Y no hay otro, y yo me desconozco en tal obstinación, pero así es este laberinto de tu nombre de ayer, que sigue irrumpiendo en cada presente indefinido, infinito.
¿A dónde van las cartas sin destino cierto, a qué extraño buzón, en qué boca atemporal arrojo estas palabras de siempre y para siempre? ¿En dónde te cuento que la vida sigue, y es buena; que, como te prometí, yo estoy tejiendo y destejiendo los futuros que no tuviste? Vos, todavía, me debés algo de olvido, amado Vicente.
Tu Amor, siempre.
Esta carta que escribo para no escribirte. Para insistir en la imposibilidad de que ésta, otra, alguna carta exista y sea un medio capaz de abarcar algo de mi palabra, de vos, de mí, de algún pasado nuestro.
Sería infame pretender conocer tu dirección actual pero las cartas no están hechas para no ser mandadas; entonces, es infame y doloroso que desgrane palabras por este agujero infinito de tu invierno. Y sin embargo, lo pertinaz persiste, mientras otros papeles tuyos se desordenan en mi escritorio.
¿A dónde te envío mis señales absurdas de destino después de casi doce años? Absurda yo, en realidad. Irreverente de tiempo. Yo, que sigo sin entender del todo el agujero de tu invierno, que no sé de verdades reveladas, que quisiera cambiar la rotación de este planeta y descender la escalera del tiempo hasta vos, para encontrarme en tus enojos y tus amores de mí, por mí; en la que fui de vos, por vos y de mí.
¿Qué me explicaron de escaleras temporales y de inviernos, los días del amor? ¿ Con qué argumento me quedo hablándole a la vida de tu pelo castaño y tu mechón dorado? ¿Con qué memoria que me desconozco sostengo tanta memoria de vos, y te sigo hablando en el silencio, en la absurda esperanza de que estalle la cuarta dimensión en medio de nuestra cama de ayer, que ya es sólo mía? ¿Con qué locura extraña y sabia el amor encuentra sus espacios para persistir después de tanto invierno? ¿Cuál es la trampa de tu nombre que me dejó enredada en esas siete letras que sigo amando, en ese orden maravilloso que su cadencia indica? Y no hay otro, y yo me desconozco en tal obstinación, pero así es este laberinto de tu nombre de ayer, que sigue irrumpiendo en cada presente indefinido, infinito.
¿A dónde van las cartas sin destino cierto, a qué extraño buzón, en qué boca atemporal arrojo estas palabras de siempre y para siempre? ¿En dónde te cuento que la vida sigue, y es buena; que, como te prometí, yo estoy tejiendo y destejiendo los futuros que no tuviste? Vos, todavía, me debés algo de olvido, amado Vicente.
Tu Amor, siempre.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)