No sé si alguna vez supe lo que es quedar adentro, en la
posición correcta, paradita ahí, en
donde el mundo puede estar derrumbándose y uno sale con el pellejo sano, como
si los milagros fueran cosa cotidiana.
Generalmente, me ocurre lo contrario, a esta loca alma mía
se le da por andar curando las heridas de los perdedores, por olvidar afrentas
si ese alguien tiene una necesidad y por ser abogada de cuanta causa perdida
llega al despacho de su corazón.
Por otra parte, nunca pude disimular un enojo, es más, puedo cometer el pecado de la ira si, a mi
parecer, la situación lo merece y, en estos casos, no miro ni mido frente a quién, sólo me
importa la justicia del acto. Con esto no reivindico la tempestad de mi
temperamento, que es, creo, uno de los aspectos que no han sucumbido a la
sabiduría de los años.
Soy una jugadora que siempre está en posición adelantada, o
fuera del lugar esperado, en off-side, en orsái.
Es que en las zonas de la cancha en las que quedo
colocada, indebidamente para las
reglas, siempre son las zonas en las que
mora, implícita o explícitamente, alguna
forma del dolor, y, generalmente
allí, nadie lanza ninguna pelota para
seguir el juego.
No sé si este sea mi demorado y pertinaz rasgo adolescente a
corregir, tampoco sé si de ese rasgo quiera crecer alguna vez.
Yo sé que, cuando
quedo en orsái, prefiero el silencio, yo
me entiendo, sé que algo justo está ocurriendo, aunque, circunstancialmente,
mis compañeros de equipo se enojen.
Total, ya lo decía
Manzi: “...que el alma está en orsái,
che bandoneón.”
"Decires (Breves Ensayos Poéticos en prosa)". (2003), Ed. Corregidor.
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